Lázaro

Lázaro tenía un perro ciego.
Cuando salían a pasear, Lázaro, ataba a su muñeca el extremo de una cinta, que su perro sujetaba del otro lado con los dientes sabiendo que si se soltaba podría perderse. Lázaro había aprendido los sitios donde más le gustaba ir a su perro, y vigilaba que la carretera estuviese libre para poder cruzar.
Los días que el perro tenía clases de adiestramiento, Lázaro, lo llevaba. Y se sentaba en la entrada de la academia a esperar, impaciente, a que saliera.
Lázaro dormía a los píes de la cama de su perro. Había desarrollado un instinto protector jamás visto en un humano.

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